sábado, 2 de noviembre de 2013

El carnaval de la muerte

Omar Romo.

Sin lugar a dudas, el día de muertos es una tradición muy mexicana, pero aunque en todo el territorio nacional se festeja, en cada región es única la fiesta. En esta ocasión estoy en Mazatlán, Sinaloa; conocida mejor como La Perla del Pacífico, en donde la muerte es celebrada de manera muy especial: los colores, la fiesta y la música hacen de este evento un verdadero carnaval de la muerte...


Son las ocho de la noche del 01 de noviembre, y la tradicional callejoneada da inicio en la Librería del Caracol. Catrinas, velos, vestidos, caras blancas, dientes pintados, excesivas pestañas, muchas fotos se hacen presentes, pero para darle una particularidad a la celebración de un manera muy local, la banda sinoalense y las cervezas servidas en vasos blancos con el sello de Pacífico, también levantan la mano.

El lugar es la Plazuela Machado, donde el arte, la música y el turismo se concentran. Pequeña de tamaño, pero inmensa en historias y cultura; localizada justo a unas cuadras de la Catedral Metropolitana y el Palacio Municipal, en el corazón del centro histórico de la ciudad.

La callejoneada siguió su camino: el Hotel Melville, El Recreo, el Museo Arqueológico, el Museo de Arte y el Colegio Sinoalense fueron testigos mudos de la fiesta a la muerte que pasaba por sus instalaciones hasta que llegó a su fin, el emblema de la ciudad, el Teatro Ángela Peralta.

Más esto no significó el fin de la fiesta, en realidad fue el principio. En la entrada principal del citado recinto, el grupo Ensable de Percusiones de la escuela municipal de música, dirigidos por Manuel Rocha amenizó el momento haciendo bailar a propios (vestidos de calaveras piratas) y extraños, distintas personas que visitaban el lugar.

El show, sin duda se lo llevó una sexagenaria extranjera y visitante de la ciudad que al paso de las percusiones comenzó a bailar y motivó a una de las catrinas vestida de pirata a invitarla a pasar al centro de la entrada del teatro, convertida en esos momentos en una pista de baile con un halo de alegría muy peculiar. La dama de bastas experiencias se dejó llevar por el momento de alegría y rebosó de esta, pues los pasos de baile con los que brilló en la pista se confundían con los de los jóvenes bailarines piratas, y al menos en esa pieza musical, se hizo como ellos. Fue fuertemente aplaudida.

A unos pasos del lugar, justo en la esquina se instaló un escenario donde el jarabe tapatío y distintas armonías de banda sinoalense hacían bailar a un grupo de jóvenes de baile folkclórico. Una multitud se arremolinó alrededor de la instalación, que como era en la esquina, el ir y venir de los transeúntes se volvía una molestia pero no era mayor a la alegría reflejada por los bailarines caracterizados con sus trajes típicos y las caras pintadas de catrines y catrinas.



Era inevitable no observar fijamente a las personas y es que la mayoría traían consigo una sonrisa gigante que les regalaba el maquillaje blanco de las catrinas en la cara. Las distintas formas de caracterización de un mismo personaje (la muerte) hacían un auténtico festival de colores; y este no respetaba edades, desde el pequeño en brazos de mamá con su traje negro de mariachi, su mini saco y su pálida cara hasta la abuela que sigue al pie del cañón con las tradiciones mexicanas.

La plazuela estaba rebosante, y con ella los flashes de las cámaras por todos lados se hicieron presentes, casi era imposible caminar sin recibir un pequeño empujón, una pisada en el pie o un leve golpe, pero seguir para llegar al kiosko central, valió la pena.

Los Cryps, como se hacen llamar tocan en lo alto del kiosko de la plazuela, y es debajo de este donde los gritos, coreos y baile opacan a los demás escenarios y no porque los otros eventos sean de menor calidad, sino que la vibra del Rock and Roll ha llegado a los oídos de los presentes.

Y es que este lugar es mágico, tanto que en este momento transportó a los que escuchaban a la época rebelde de nuestros padres o abuelos y a estos, los hizo recordar de gran manera sus años mozos, tan es así, que eran los que más coreaban los éxitos setenteros y los que más fuerte se les oía gritar: ¡otra! ¡otra!

Pero como los cuatro integrantes de Los Cryps también son humanos, llegó el momento en el que pidieron un breve receso para tomar algo, cosa que no fue muy aceptada por el público que seguía pidiendo canciones, pero que finalmente se compadecieron de los músicos y ante el silencio de estos, el “procura coquetearme más” se escuchó, venía de la esquina.

Fuera del bar con el nombre Vintage, también se instaló un escenario, allí se estaban tocando las notas salseras más pegajosas y el ritmo hacía bailar a muchos de los presentes que con sus movimientos de caderas y volteretas disfrutaban del momento, aunque no todos, pues un grupo de muchachos parecía que estaban obligados a moverse por sus parejas, mostraban una falsa sonrisa que se borraba al beber la cerveza que traían en las manos, y ahora si, a partir de que se consumió la última gota, lo estaban disfrutando.

La noche siguió, la fiesta también; a las 12 de la mañana se supone, las almas de nuestros difuntos bajan a este mundo terrenal para compartir con sus familiares vivos su presencia y si les pusieron un altar en casa, también los alimentos.








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